Hace unos minutos,
con los ojos llenos de lagrimas,
con mi cuerpo desnudo
cubierto de agua,
sumergida en la bañera
y con la mirada perdida
pensaba que nada,
absolutamente nada,
puede ser para siempre.
Que mi llanto incesante
y las palpitaciones en mi pecho
en algún momento deberían de parar,
que tanta pena no puede ser eterna,
que algo debía suceder
para poder terminar.
Nada es para siempre,
ni el dolor y la pena,
ni la alegría y la dicha.
Nada es para siempre,
ni la belleza de las rosas
ni su olor ni su frescor,
ni el dolor de sus espinas
clavadas en la yema de los dedos.
Nada es para siempre,
ni siquiera la vida
porque no es cierto
eso que dicen que la vida
sigue después de la muerte.
Y ya que soy consciente
que mi muerte me espera,
me da igual morir de pie o sentada,
ahora o días después.
Si tengo que morir, muero,
que miedo me da, para que negarlo,
pero si tengo que morir no encuentro día
más apropiado ni momento más oportuno
que en este preciso momento;
no creo que nadie se de cuenta
que ya me he ido.
Más cuando lo hagan ya aseguro
que si llorarán algunos
como jamás lo habrán hecho,
aunque tan solo sea porque la gente lo espera
y no les quede más remedio.
Pero como nada es para siempre,
dejarán de llorar al tiempo,
aunque mi cuerpo continuará sin vida
pero el dolor ya habrá muerto.
1 comentario:
Es cierto que nada es para siempre...
"Y hay un tiempo para que los tiempos se junten"...
También es cierto.
Lo que quieres son pruebas.
No las hay, pero sí indicios...
Te debo enviar algún indicio, además de saludos, y besos cariñosos.
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