30 jul 2012

Desguace etéreo


Desguace etéreo


Tengo las neuronas congeladas desde el día 23 y estamos aún a 19. No es un error matemático, las matemáticas no fallan, fallamos los humanos. Tampoco es un error topográfico, estar, estuve. No es una imagen onírica que pueda aniquilar una vez abra los ojos. Es el resultado de mi insensatez o quizás de esta atolondrada edad en el que la locura es una constante al tiempo que, es la única justificación de las equivocaciones cometidas de modo reiterativo. He pasado de ser un rebelde desconocido a ser un héroe delincuente.

Se me fue la mano, pero mi acto heroico, lejos de provocar rechazo e indiferencia, provoca admiración. Los ojos de todo el mundo están puestos en mí. Dicen que soy la víctima de mi entorno. Mi familia, desquebrajada e inexistente, no pudieron darme la educación que todos necesitamos y requerimos para convertirnos en personas. Yo me callo y creo que lo crean. Eso me conviene. No soy sólo un asesino sino que también soy un cobarde.

Sé que lo hice mal, esta vez no ha sido como otras veces. La imagen de esa chica pidiéndome piedad con su angustiosa mirada, mientras yo, su verdugo victorioso, la observaba sin pestañear en la oscuridad de ese viejo desguace, que, hoy más que nunca, hubiese deseado que fuese etéreo y que nunca hubiese existido, me está martirizando. Fui verdugo y víctima de mi mismo. No hay estupidez más grande que convertirse en ambas partes de una misma batalla.

Definitivamente este mundo está loco. Yo me siento el ser más ruin del planeta y firmaría por volver a ser ese simple rebelde que alardeaba con sus colegas de las fechorías sin importancia que cometía improvisadamente cada día. Es increíble a la par que curioso. Mientras todo el mundo me alaba, mi conciencia no me deja en paz. Estaba dormida y en mala hora ha tenido que despertar cuando yo siempre la creí muerta.

Esta vez fue distinto. Yo lo sé. No puedo mentirme. Esa pobre muchacha no se lo merecía. Los ojos de su madre se fijan en mí exhalando odio cada vez que me ve pasar de camino a los juzgados o de vuelta a la prisión. Yo bajo la cara. Mi cobardía no me permite mirarle a los ojos. No puedo reprocharla nada. Yo sentiría lo mismo si algún indeseable le hubiese hecho algo semejante a alguna de mis hermanas o incluso a mi madre. La sangre duele y de nada sirve que yo le pida perdón cuando no le puedo devolver a su hija, aunque, pese a que nadie me crea, sería lo que más quisiera en este mundo, incluso si después de ello me tuviese que podrir en la cárcel igualmente.

Mi abogado va alegar que actué bajos los efectos de las drogas, pero no es cierto. Me tuve que colocar después hasta perder la razón e imaginar que ese desguace era etéreo y que jamás la arrastré allí para matarla, pero mientras lo hice, no estaba drogado.

Todo el mundo trata de justificarme, pero es tarde, mi conciencia ya ha firmado sentencia. Soy culpable.