Preludio
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La
única luz proveniente de la lámpara de la tenebrosa cocina, era la que mermaba
el miedo que producía la noche del pueblo al que llegamos. Los ojos de cada uno
de nosotros tres, disparaban los verdaderos pensamientos que teníamos de cada
uno. No nos aguantábamos pero nos soportábamos por un único fin en común: El
interés económico, aunque la excusa era el juntarnos los hermanos y únicos
sobrinos del tío Facundio en su pueblo y en su despedida.
No
había vuelto por el pueblo desde que se murió la abuela. Tras su muerte y
coincidiendo con su reciente jubilación, el tío Facundio vendió el piso que
tenía en la capital, cogió sus macutos, compró un huerto en el pueblo, nos
compró a los sobrinos la parte de la casa de la abuela y allí se fue a vivir
hasta el fin de sus días.
Su
muerte fue triste, al menos a mí me provocó cierta pena cuando nos lo
comunicaron. Se le encontraron muerto una mañana de domingo unos cazadores en
el huerto. La policía dijo que debería de llevar un par de días allí. Nadie le
echó en falta en el pueblo porque la casa está un poco retirada y sólo bajaba
una vez cada quince días para hacer la compra, el resto del tiempo se hallaba
como un ermitaño en su casa y en su huerta, con la única compañía de su
Bethoven, un San Bernardo de ya avanzada edad. Aun así, era muy querido por
todos los lugareños que solían
reprocharle su poca vida social. Sólo se reunía con la gente por los bares, el
mismo día que aprovechaba para hacer la compra y regalaba, a todo aquel que
quisiera, los productos de la huerta que con tanto orgullo y entusiasmo
ofrecía.
En
cierto modo, me sentí culpable de su muerte. No me comporté en vida con él como
realmente se lo hubiese merecido. Cuando éramos pequeños, recuerdo que nuestros
padres nos llevaban al pueblo con la abuela mientras ellos se quedaban en la
ciudad trabajando. Allí coincidíamos con el tío, el cual tenía tantas vacaciones
como nosotros por ser maestro. Los días trascurrían entre risas, bromas,
enseñanzas y alegrías. No nos dejaba solos ni a sol ni a sombra, y cada día,
con él, era una nueva aventura. Nos enseñaba a cazar lagartijas, a reconocer a
los pájaros de la comarca con tal sólo escuchar su canto, a diferenciar los
níscalos de las setas venenosas que recogíamos del monte… Nos obligaba a
recoger y ordenar nuestras cosas y a echarle una mano a la abuela, limpiando y
fregando la casa, y aunque no nos gustaba demasiado, recuerdo que tenía tanta
mano izquierda y tanta maña con nosotros, que lo hacíamos sin protestar lo más
mínimo. El tío era increíble. Lástima que no supiésemos agradecérselo de adultos,
ni mis hermanos ni yo.
La
noche la pasé en vela y al día siguiente fue el entierro.
Un
cuarto de hora antes de la misa, replicaron las campanas. –Tocan a
muerto-Escuché decir a unas mujeres desde mi ventana, y a mí se me puso un
malestar en la boca del estómago que no se me quitó en todo el día.
Ya
en la misa y justo antes de empezar con la ceremonia, hubo una señora que me
llamó la atención por no vestir de negro. Me extrañó su reclamación y no supe
responderla aunque tampoco vi que mereciese la pena. Los años habían pasado
para todos pero el tiempo, allí, se había detenido. La mentalidad estaba a años
luz del tiempo actual y sabía que rebatir la ignorancia era lo mismo que darse golpes
contra un muro de hormigón.
Después
de la ceremonia, salimos todos en silencio detrás del coche fúnebre que nos
condujo directamente al cementerio ubicado a las afueras del pueblo. Andando al
pasado al que íbamos, fueron veinte minutos aproximadamente aunque a mí se me
debió de hacer una eternidad.
Hacía
frío y el ambiente que se respiraba era escalofriante. Lo que tenía ganas era
de salir corriendo de allí. El escenario en el que estaba atrapada me producía
auténtico terror.
Mis
dos hermanos ayudaron a otros hombres del pueblo a levantar la lápida y a bajar
con cuerdas el ataúd. Después, el cura dijo un responso allí mismo y las
típicas plañideras del lugar, pusieron con su llanto fin a la escena.
Saliendo
del cementerio, una joven que debido a su aspecto descuidado y su vestimenta
oscura e impropia para su edad, aparentaba mucho más mayor de lo que realmente
era, se enganchó a mi brazo y se puso hablarme. Yo no quise ser descortés y
respondía a sus preguntas con educación.
-Oye
nena-arrancó cuchicheándome- Esos dos jóvenes que estaban a tu lado, son tus
hermanos, ¿verdad?
-Sí,
lo son.
-Y
los tres sois hermanos y los únicos sobrinos del Facundío ¿no es cierto?
-Sí,
así es.
-Hacía
tiempo que no veníais por aquí, no?
-Sí,
hacía tiempo, si.-seguía respondiendo lacónicamente.
-Oye-dijo
apretándose con más fuerza de mi brazo con sus dos manos y acercándose más, si acaso era posible-¿y quién es aquel
muchacho de pantalón negro y niqui gris?
-¿Quién?-pregunté
yo, girando la vista hacia atrás para identificar a la persona de quién me
hablaba.
-¡Niña!
Pero no mires, coño, disimula mujer, disimula-Me recriminó la mujer.
-No
sé quién es. Creo que se trata de un pariente nuestro lejano pero no sabría
decirte.
-Ese
del pueblo no es. Te lo digo porque aquí nos conocemos todos, y tampoco tiene
que ser de por aquí, porque anda con aires de ser muy señoritingo.
-Probablemente,
pero no lo sé, pero ¿por qué me lo preguntas?
-Porque
es muy guapo el mozo. Lástima que ya no le vuelva a ver por aquí nunca más.
Seguramente estés en lo cierto y se trate de un pariente vuestro.
-Sí,
puede ser.
-Sólo
hay una manera de descubrirlo-Dijo deteniendo el paso de repente.-Si del pueblo
no es, porque no lo es, y sólo ha venido por el funeral de un familiar tuyo, la
única manera de que volviese por aquí, sería si muriese alguien más de tu
familia.-y dicho esto, me soltó del brazo, alejándose a paso ligero.-Bueno
nena, me voy corriendo que tengo que dar de comer a las gallinas, y por cierto,
que te acompañe en el sentimiento. No somos nada, hija, no somos nada. En fín,
adiós eh.
No
la volví a ver más, pero sus palabras me dejaron un tanto preocupada.
Aquella
tarde, mis dos hermanos y yo, estuvimos haciendo recuento de todas las
pertenencias que tenía mi tío en la casa. Mi hermano pequeño decidió encargarse
de la venta de la casa y el resto de las cosas, el dinero y los cuatro muebles
que tenía, nos lo repartimos a partes iguales. No hubo más palabras entre
nosotros tres más que las justas y necesarias. Desde que habían fallecidos
nuestros padres, no había habido prácticamente relación y la poca que durante
estos años hubo, no había sido muy buena precisamente.
Hoy,
después de dos meses del fallecimiento del tio, hemos tenido que volver al
pueblo. Esta mañana hemos enterrado a mi hermano pequeño. Ayer ocurrió un hecho
lamentable. Mi hermano había venido al pueblo porque ya tenía un comprador para
la casa. Al regreso, se topó con unos maderos en medio de la carretera formando
una barrera justo después de un desnivel, que le hicieron perder el control del
volante y chocar contra una vieja finca de por allí, provocando su muerte en el
acto. La guardia civil y el mismo alcalde del pueblo, nos han dicho que el
hecho es sumamente extraño porque pareciese que esos maderos hubiesen sido
puestos intencionadamente. Recalcaron varias veces, a lo largo de la conversación,
la palabra intencionadamente.
Esta
mañana en el cementerio he visto a la joven mujer que en el entierro del tio me
preguntó por un muchacho. Desde lo lejos, ha levantado la mano saludándome. En
ese instante se me ha venido a la cabeza sus palabras. No quiero pensar mal
pero…