7 may 2011

Diario de una imbécil

Diario de una imbécil.



Hace unos días descubrí que me gustaba un chico, o al menos me estaba empezando a gustar, o quizás eso creía yo, porque en ningún momento lo he tenido claro, pero de un día para otro, todo ha cambiado y de verle como un chico y proyecto de algo más, he pasado a verle como un amigo o un posible amigo porque en realidad, ni amigos somos. Siempre he pensado que hay cosas que se las consentiría a un amigo pero no a mi pareja o a una posible pareja.

Estuvimos anoche hablando, poco, pues no se le veía con muchas ganas de hablar, al menos esa fue la sensación primera que me trasmitió. Intenté bromear con él buscando un punto de conexión para entablar una conversación fluida y coherente, pero no había manera, él no terminaba por poner mucho de su parte.


De repente, todo cambió cuando le pregunté por su fin de semana y el me estampó un “bien” escueto y seco, para proceder a decirme que no consideraba oportuno contarme nada más al respecto. Le contesté que vale, que si no quería contarme nada que no me contase, que hiciese lo que él viese conveniente. En realidad, a mí me daba igual saber como había sido su fin de semana, tan sólo le pregunté por romper el hielo y tener algo de que hablar, sin más. Pero por lo visto el no quería contarme pero con la boca pequeña, porque en el fondo y por como siguió encauzando para terminar desembocando la conversación, estaba deseándolo. Así que me dijo que había estado de fiesta con los amigos. Le dije que me parecía muy bien, sin más ¿qué más podía añadir? Luego continúo informándome que bebieron demasiado, lo que yo achaqué a un amago y absurdo acto de justificación cuándo ante mí no tenía que justificarse en absoluto y por lo tanto, en un principio, no lo entendí. Pero entonces fue cuando me dio la tercera respuesta y con ella vino la estocada única y final justo antes de que yo pudiera pronunciar palabra y dar mi opinión sobre el consumo descontrolado y excesivo de alcohol. -Terminé en la habitación de un hotel con una chica- Punto final y silencio por parte de él esperando, supongo, una reacción por parte mía y silencio también por mí parte porque no es que no pudiese decir nada, es que no sabía que decir. Pero después de un silencio, llamémosle respetuoso, demostré tener uno buenos reflejos de reacción y le dije tan sólo tres palabras: ¡Ah!.. bueno… bien. Pero en realidad, ni me parecía bueno ni mucho menos bien, tan sólo la interjección de asombro era sincera, las dos palabras secundarias, igual pudieran ser correctas pero nada más.

-¿No vas a decir nada más?- me preguntó. -Yo no tengo nada que decir- contesté y cierto era. Entonces el me dio una información que si bien es cierto que en otro momento me hubiese encantado escuchar y me hubiese ilusionado, en ese momento carecía para mí del más mínimo interés. Me dijo, que después de ese encuentro en esa habitación, se acordó de mí y hubiese deseado haber estado conmigo.

Me sentí imbécil. Sin duda hay situaciones que no se dan por la torpeza de algunas personas agravado al grado de estupidez de sus acciones.

.