2 mar 2018

Segundas partes nunca fueron buenas, fueron mejores


Segundas partes nunca fueron buenas, fueron mejores

-Jamás creí que te volviese a ver. La vida no deja de sorprenderme, por eso me gusta tanto. Me encanta vivir la vida, sin dejar ni un día que la vida pase ante mí sin haberla vivido.

-Es buena filosofía de vida, Sandra. Claro que sí. Al fin y al cabo, la vida son dos días. Por cierto, estás guapísima. Por ti no pasan los años.

-Pasan-dijo ofreciéndole sus mejillas para saludarle- ya te digo que pasan, pero tú sigues teniendo esa mirada penetrante de la que tanto me llegué a enganchar.

-¿En serio? Nunca me lo dijiste, Sandra.

-¿El qué? ¿qué tienes una mirada penetrante a la par que preciosa?

-Gracias.. pero no. Me refería a que te quedaste pillada por mí..

-No, nunca te lo dije. ¿Hubiese servido de algo?

-Sinceramente… no lo sé. En realidad éramos unos críos. Pensábamos que nos íbamos a comer el mundo y al final, ya ves, el mundo casi nos engulle a nosotros.

-El Salamanca ¿te acuerdas? –Puntualizó Sandra desviando su mirada hacía el local que en aquellos tiempos fue un bar un tanto peculiar.

-Sí, Sandra… ¡Cómo para no acordarme!-respondió él en un tono melancólico.- buenos momentos pasamos aquí, y ahí –dijo señalando al parque pequeño situado a la izquierda- también.

 -No. –Respondió ella con su rostro totalmente serio- Ahí no.  

-Pero qué me dices?? En serio que tú y yo nunca…

-Jamás. –contestó rotundamente mientras dos pequeñas lágrimas se escaparon por sus ojos sin apartar la mirada del parque.

En ese momento pensó que tal vez, no había sido buena idea haberse reencontrado con él, después de tanto tiempo. Recordar no siempre es bueno. Hay recuerdos que evocan algo más que eso, porque conllevan sentimientos, y los sentimientos, inevitablemente, a veces duelen, …y mucho.

Él se percató de lo que estaba ocurriendo. Esa chica le había querido. Siempre le quiso, y él, como el niñato que era, nunca se dio cuenta. Volverse a encontrar, con lo que aquello implicaba y la madurez de los años, podría ser una nueva oportunidad. Dicen que segundas partes nunca fueron buenas, pero igual ellos, se lo debían, o al menos eso pensaban ambos a la vez, en ese preciso instante, sin pronunciar palabra aún…

Para romper la tensión, él cogió el paquete de tabaco, sacó un cigarrillo y le ofreció.

-¿Fumas?

Cogió un cigarro y él, le dio fuego. Dio una primera calada, y le miró a los ojos.

-Vamos a sentarnos- dijo dirigiéndose al banco del medio y final del parque.

Él se limitó a seguir sus pasos.

Ella se sentó en el respaldo del banco y él lo hizo a su lado. En ese momento, Sandra rompió a llorar desconsoladamente. Era mucho tiempo callada. Muchos sentimientos reprimidos… y está claro, que ya no pudo más.

-Eras un imbécil, ¿sabes? Un auténtico imbécil. ¿sabes la cantidad de noches que me acosté llorando mientras tú estabas con alguna aquí follando, lo sabes?

-Sandra, por favor, no llores. No me gusta verte así. No me gusta ver a una chica llorar y menos por mi culpa, por favor.

La abrazó, acercando su cuerpo para que ella reposase su cabeza en su pecho, mientras, él, posó su barbilla sobre su cabeza en un acto propio de protección e intento, un tanto complicado, de consolarla. Se sentía culpable, muy culpable. ¿cómo podía haber sido tan idiota? No sabía cómo resarcir aquel daño que, aunque de modo inconsciente, había causado y que tanto dolor oculto había provocado a una persona, a la que, de alguna manera había querido.

Se incorporó del banco y se puso de píe frente a ella. La cogió la barbilla y la alzó la mirada. Ella se resistía. En el fondo sentía vergüenza de aquella situación.

-Por favor, Sandra, mírame. Por favor te lo pido.- le rogaba mientras con los nudillos de sus dedos secaba inútilmente sus lágrimas.

En ese preciso instante, no la veía como la amiga-colega de su niñez, con la que tantas tardes de risas había compartido. Ahí, en ese momento, la vio como lo que era, una belleza de mujer. Radiantemente bonita por fuera, eso era indiscutible ante los ojos de cualquiera, e inmensamente hermosa por dentro. La mujer que siempre soñó, resultó que la tenía más cerca de lo que él hubiese imaginado. ¡Qué ciegos y estúpidos somos los hombres!- pensó para sus adentros.  Entonces, como una bofetada en toda la cara con la mano abierta, se acordó de su realidad. Era un hombre casado. Ni tan feliz como siempre hubiese querido, pero tampoco tan infeliz como para romper de un plumazo con todo aquello, simplemente era un hombre casado. La felicidad, al fin y al cabo, no deja de ser ráfagas de luz que pasan por momentos. ¡Qué difícil y complicada es a veces la vida, caray! Apartó esa realidad de su pensamiento y prefirió centrarse en la realidad del momento en el que se encontrara, y luego, después de aquello, que pasase lo que tuviese que pasar.

-Venga, venga, por favor, venga. Para de llorar. Por favor te lo pido, para ya. Ponte de píe. Va. Bailemos. ¿Te acuerdas de aquella famosa canción de aquel mariquita engominado que fue a Eurovision. ¿Cómo se llamaba que no me acuerdo?- le hablaba sin parar, mientras le estiraba del brazo invitándola a levantarse del banco.

-jeje, no por favor, no quiero levantarme.

-Al menos te has reído. Eso es un paso. Venga, bailemos… ¿Cómo era la canción?- le preguntaba, habiendo logrado que se levantase y, con pasos remolones y desganados, hiciesen un leve contoneo al compás de una música inexistente. –Bailar pegados no es bailar, es como estar bailando solos.

-jajajaja ¿sabes que siempre cantastes fatal?

-Si… bueno… nunca se me dio bien eso de cantar… pero seguro que soy bueno en otras cosas, ¿no crees?

Sandra levantó en ese momento la vista mientras él la sostenía de las manos con los brazos alzados, manteniéndola la mirada, sabiendo que a partir de ese instante sería muy difícil no llegar a enamorarse de ella. Lentamente, dejó caer sus brazos hasta apoyarlos en sus hombros mientras él la rodeó por la cintura sintiendo su cuerpo sobre su pecho y continuando moviéndose al ritmo de la canción que sólo sonaba en su recuerdo.

Le buscó su boca con sus labios bajando desde su mejilla, a un ritmo lento y armonioso de pequeños besos y caricias. Le comió la boca y ella se aferró con más fuerza a su cuerpo como si creyese que aquello no fuese real.

El frío de la noche se convirtió en una adorable brisa de verano que propinó un calor sofocante en sus cuerpos, el cual sólo invitaba a desprenderse de inmediato de la escasa ropa que llevaban encima.
Dieron un giro de 180º sobre sí mismos colocándose de espaldas al banco. Él se sentó y aupándola, sosteniéndola con firmeza por los muslos por debajo de su vestido,  la sentó encima suyo sin despegar, ni tan siquiera un segundo sus labios. En esa posición, le resultaba muy sencillo jugar con el fino hilo de su tanga, enredándosele entre sus dedos mientras con su boca había empezado un camino de no retorno por el cuello hasta llegar a sus pechos que se apreciaban por debajo de esa fina tela. Sandra, en un estado de éxtasis incontrolable y totalmente entregada al momento, acariciaba su pelo, mientras jugueteaba con sus dedos perdiéndolos entre los rizos de su cabello.

Un nuevo giro, rápido y preciso, la colocó sentada en el banco. Inhaló el aire para recuperar el aliento y él, se desabrochó el pantalón que llevaba un buen rato aprisionándolo demasiado.

-Bonitos calvin Klein

-jejeje ¿te gustan?

-Sí, pero me gustan más quitados- estiró su mano derecha, para engancharle de ellos y tirarle hacía sí. 
A él le dio tiempo a colocar sus manos a ambos lados de su cadera para, no caer de bruces, por el impulso, sobre su cuerpo pudiéndola hacer daño.

Sandra le atrapó entre sus piernas levemente elevadas, de tal modo, que él pudo retirar esa fina pero molesta tela que era su tanga. Las manos de Sandra, respondían a la par, bajándole los calvin a tal altura que dejó liberado su miembro.

-¿Estás segura, Sandra?-dijo- ¡gilipollas, como te diga que no a ver que haces- pensó.
En forma de gemido salió el  adverbio afirmativo de lo que fue testigo, tan sólo la inmensa farola que alumbraba la noche.

Sin título (de momento)


La ejecución de algo menos de 70 páginas me mantuvieron despierta hasta las tantas. Eso, y tú recuerdo. Entonces me acordé de la película 3 metros sobre el cielo, y me imaginé montada en tu moto corriendo por la M-30, esquivando los coches de la carretera y soportando el aire gélido de estos días en Madrid que se colaba por debajo de mi casco, mientras tu realidad, se desfiguraba a la misma velocidad que me jodía estar enamorándome de ti.

Me jode (sí, hablo mal y me gusta) que te hayas convertido en el motivo de mi desconcentración, y me jode (sí, otra vez, y de nuevo no con la connotación que tú te imaginas) porque esto no me va a llevar a ningún lado bueno.

Cuando los caminos se bifurcan puede que algún día se puedan volver a encontrar, en otro tiempo y en otra dimensión, pero nunca igual. Nos ha pasado, pero no es el tiempo y ya nunca lo será. Han pasado muchos años desde aquellas míticas fiestas en el colegio, aunque me ha gustado recordar aquellos nervios que sentía cuando bajaba la cuesta y te veía. Esos ojos negros azabache, esa mirada penetrante… no siempre recordé pero  jamás olvidé.

Los polos opuestos no se atraen. Eso no es cierto. No somos imanes. Tú el chico malo, aunque no tanto como querías aparentar, que vivía intensamente el presente. Yo la chica buena y medianamente estudiosa que se preocupaba por su futuro. Esto no lo debí de hacer muy bien, la verdad. Tú de risas, yo dueña de silencios que contenían la pena que me producía que tus palabras fuesen dirigidas hacía nuestra dirección pero no hacía mí.  Y lo mejor es que ella no te hacía caso. Sí, lo mejor. No creo que hubiese llevado muy bien verte en mi grupo de amigos estando con mi amiga. Y lo peor, es que con el tiempo, dejé de saber de ti. Y lo mejor es que alguna vez, contadas, te veía, pero no era lo mismo aunque algo sentía… o no, no lo sé. ¡Qué más da!

Hazme un favor, sal de mi cabeza, aunque sé que he sido yo quién te ha metido en ella, y cuídate mucho.

Por cierto, una última cosa, quiero que sepas que odio los tíos como tú: irresistibles