21 abr 2011

Políticamente correcta

Políticamente correcta

El arroz teñido previamente para que su almidón no manchase los trajes pulcros de los novios, caía en forma de lluvia de alegría sobre los recién casados a la salida de la puerta de la iglesia. El coche de novios, adornado como la ocasión lo requería, les estaba esperando en doble fila, para llevarles hacer las fotos que inmortalizasen el momento e inmediatamente después, terminar en el restaurante para celebrar con todos los asistentes a la boda.
Alicia, como la mayoría de los invitados, finalizando la cena y poco antes del baile, se acercó a la mesa nupcial, les entregó el sobre y les dio la enhorabuena, dando dos besos a los respectivos novios. Fueron unas escasas fracciones de segundo, pero el tiempo suficiente para que las miradas de Alicia y de Sebastián se cruzasen y se dijesen lo que ambos ya sabían. Hay miradas que hablan más que mil palabras, y por ello, nadie más pudo alcanzar a escuchar ni tan sólo el susurro de las voces de esa conversación no verbal, que surgió de modo espontáneo, porque el momento oportuno lo requiso y porque lo tenían pendiente.
Asumieron que entre ellos y a partir de ese instante, surcaría en el medio de ambos un glaciar indestructible que terminaría con el calor latente entre ambos, sucumbiéndolo en las profundidades de las tinieblas hasta lograr su total destrucción.
La pasión inmensa de la que habían disfrutado en la clandestinidad y que había alimentado sus momentos en alguna que otra habitación de algún hotel, tras la respectiva coartada de alguna reunión inesperada o un encuentro hipotético con los compañeros de la facultad o cualquier otra vaga excusa que agotaba ya el saco de las mentiras para verse, había pasado a formar parte tan sólo del recuerdo, aunque en su fuero interno se negaban a que así fuese.
Años después, en la sala de espera del consultorio médico, Sandra se encontró con Alicia y con su madre, una mujer mayor que pese a su avanzada edad, se encontraba en pleno uso de sus facultades psíquicas. Las saludó educadamente y se sentó con ellas entablando una conversación políticamente correcta.
La madre, le hizo saber lo que se rumoreaba en el pueblo sobre su reciente separación. Hay temas que son delicados nombrarlos aún sacándolos a colación, pero si se hacen con la forma más natural del mundo y utilizando un lenguaje notoriamente respetuoso, son generalmente aceptables y entendibles y más si proceden de una persona mayor, a los que, debido a su edad, se les permite casi todo.
- ¡Que mujeres más malas son esas que se enredan con hombres casados, vergüenza me daría a mí tener una hija así!
- No señora Carmen, no diga eso. Cuando una mujer está enamorada habla y actúa su corazón y no entiende lo que es moralmente correcto o lo que no lo es tanto. Una mujer enamorada actúa por sentimientos independientemente de si sus actos están bien o mal ante los ojos de esta sociedad tan hipócrita en la mayoría de los casos, incluso si sus actos provocan daños colaterales.
- Ya…pero… hija… es que…
- Señora Carmen, usted como buena feligresa que va a misa todos los Domingos, sabrá que Dios dijo cuándo querían apedrear a María Magdalena, que quién estuviese libre de pecado que tirase la primera piedra. ¿quiénes somos los demás, señora Carmen, para criticar y juzgar a nuestros prójimos?
- Ay hija, pues mirándolo así, vas a tener razón.
- Y la tengo señora Carmen, créame que la tengo. Esa mujer, le aseguro que es una buena mujer y no ha sido otra tonta víctima en las manos de mi ex-marido. Una tonta enamorada hasta las trancas como lo fui yo. A quién la prometió amarla como me prometió a mí. Una infeliz como yo a la que uso y de quién se rió todo lo que quiso y cuándo se cansó de ambas, nos echó de sus vidas como un trapo usado y viejo, para irse con otra a quién duplicábamos la edad.
- ¡Que sinvergüenza ese hombre, que miserable! ¿Cómo se puede jugar con los sentimientos de dos mujeres? ¿ese hombre no tiene madre o hermanas, les gustaría que algún hombre les tratase igual que os trato a ti y a esa pobre infeliz?
- Pues ya ve usted señora Carmen, ya ve usted. Por eso me duele que juzguen a esa mujer de tan mala forma cuándo ella y yo, somos las únicas víctimas, la única diferencia es que yo me casé con ella y fui su mujer a vistas de esta sociedad, pero nada más. Quién me engañó fue él, que estando con ella, se casó comigo y luego siguió con ella. Además señora Carmen, me consta que él ya había comenzado una relación con ella antes de empezar conmigo, pero al igual que hizo en su día, la convenció para que su relación fuese discreta, que nadie lo supiese y así evitar las habladurías en el pueblo. Cuándo nuestra relación se supo de modo casual, fue cuándo ella se enteró que yo existía, pero por lo que se, ya era demasiado tarde, ella ya estaba muy enamorada de él.
- Vaya hija… me conmueve tu historia… la gente hablamos demasiado y siempre de lo que no sabemos… ay hija, pobre de ti y de esa muchacha que por lo que tu dices, su mayor pecado fue enamorarse de ese indeseable… ay hija.
- Pues si señora Carmen si, la gente habla y no sabe de la misa la mitad, por eso me he alegrado encontrarme con ustedes hoy y que el tema haya salido. Me gusta saber que saben ahora mi historia por mí y no por comentarios ajenos y en muchos casos malintencionados.
- Que razón tienes hija… oye, y esa chica ¿la conoces? Del pueblo no es ¿verdad? porque me imagino que si fuese del pueblo, eso se hubiese sabido… ya sabes como es la gente del pueblo que en seguida hablan, rumorean y todo eso, bueno… ya sabes ¿que te voy a contar a ti?
- ¿Ella? ¿Qué quién es ella? Señora Carmen, ella fue una gran amiga y espero que después de que ella me llame para quedar y tomarnos un café juntas, nos demos un abrazo y volvamos a recuperar la amistad que tuvimos siendo unas crías, porque no es justo que por culpa de un hombre se estropease esa amistad ¿no cree usted así señora Carmen? y tú Alicia, que no has dicho nada, ¿Qué opinas?
- ¿yo?... ehh…
- Si Alicia tú.
- Pues que estoy convencida que esa llamada llegará muy pronto y que esa chica y tú, seréis las grandes amigas que fuisteis, de eso no me cabe la menor duda.

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