18 jul 2015

Preludio

Preludio


http://image.librodearena.com/b/1/1385611/cementerio_cartagena_02.jpg

La única luz proveniente de la lámpara de la tenebrosa cocina, era la que mermaba el miedo que producía la noche del pueblo al que llegamos. Los ojos de cada uno de nosotros tres, disparaban los verdaderos pensamientos que teníamos de cada uno. No nos aguantábamos pero nos soportábamos por un único fin en común: El interés económico, aunque la excusa era el juntarnos los hermanos y únicos sobrinos del tío Facundio en su pueblo y en su despedida.

No había vuelto por el pueblo desde que se murió la abuela. Tras su muerte y coincidiendo con su reciente jubilación, el tío Facundio vendió el piso que tenía en la capital, cogió sus macutos, compró un huerto en el pueblo, nos compró a los sobrinos la parte de la casa de la abuela y allí se fue a vivir hasta el fin de sus días.

Su muerte fue triste, al menos a mí me provocó cierta pena cuando nos lo comunicaron. Se le encontraron muerto una mañana de domingo unos cazadores en el huerto. La policía dijo que debería de llevar un par de días allí. Nadie le echó en falta en el pueblo porque la casa está un poco retirada y sólo bajaba una vez cada quince días para hacer la compra, el resto del tiempo se hallaba como un ermitaño en su casa y en su huerta, con la única compañía de su Bethoven, un San Bernardo de ya avanzada edad. Aun así, era muy querido por todos los lugareños que  solían reprocharle su poca vida social. Sólo se reunía con la gente por los bares, el mismo día que aprovechaba para hacer la compra y regalaba, a todo aquel que quisiera, los productos de la huerta que con tanto orgullo y entusiasmo ofrecía.

En cierto modo, me sentí culpable de su muerte. No me comporté en vida con él como realmente se lo hubiese merecido. Cuando éramos pequeños, recuerdo que nuestros padres nos llevaban al pueblo con la abuela mientras ellos se quedaban en la ciudad trabajando. Allí coincidíamos con el tío, el cual tenía tantas vacaciones como nosotros por ser maestro. Los días trascurrían entre risas, bromas, enseñanzas y alegrías. No nos dejaba solos ni a sol ni a sombra, y cada día, con él, era una nueva aventura. Nos enseñaba a cazar lagartijas, a reconocer a los pájaros de la comarca con tal sólo escuchar su canto, a diferenciar los níscalos de las setas venenosas que recogíamos del monte… Nos obligaba a recoger y ordenar nuestras cosas y a echarle una mano a la abuela, limpiando y fregando la casa, y aunque no nos gustaba demasiado, recuerdo que tenía tanta mano izquierda y tanta maña con nosotros, que lo hacíamos sin protestar lo más mínimo. El tío era increíble. Lástima que no supiésemos agradecérselo de adultos, ni mis hermanos ni yo.

La noche la pasé en vela y al día siguiente fue el entierro.

Un cuarto de hora antes de la misa, replicaron las campanas. –Tocan a muerto-Escuché decir a unas mujeres desde mi ventana, y a mí se me puso un malestar en la boca del estómago que no se me quitó en todo el día.

Ya en la misa y justo antes de empezar con la ceremonia, hubo una señora que me llamó la atención por no vestir de negro. Me extrañó su reclamación y no supe responderla aunque tampoco vi que mereciese la pena. Los años habían pasado para todos pero el tiempo, allí, se había detenido. La mentalidad estaba a años luz del tiempo actual y sabía que rebatir la ignorancia era lo mismo que darse golpes contra un muro de hormigón.

Después de la ceremonia, salimos todos en silencio detrás del coche fúnebre que nos condujo directamente al cementerio ubicado a las afueras del pueblo. Andando al pasado al que íbamos, fueron veinte minutos aproximadamente aunque a mí se me debió de hacer una eternidad.
Hacía frío y el ambiente que se respiraba era escalofriante. Lo que tenía ganas era de salir corriendo de allí. El escenario en el que estaba atrapada me producía auténtico terror.

Mis dos hermanos ayudaron a otros hombres del pueblo a levantar la lápida y a bajar con cuerdas el ataúd. Después, el cura dijo un responso allí mismo y las típicas plañideras del lugar, pusieron con su llanto fin a la escena.

Saliendo del cementerio, una joven que debido a su aspecto descuidado y su vestimenta oscura e impropia para su edad, aparentaba mucho más mayor de lo que realmente era, se enganchó a mi brazo y se puso hablarme. Yo no quise ser descortés y respondía a sus preguntas con educación.

-Oye nena-arrancó cuchicheándome- Esos dos jóvenes que estaban a tu lado, son tus hermanos, ¿verdad?

-Sí, lo son.

-Y los tres sois hermanos y los únicos sobrinos del Facundío ¿no es cierto?

-Sí, así es.

-Hacía tiempo que no veníais por aquí, no?

-Sí, hacía tiempo, si.-seguía respondiendo lacónicamente.

-Oye-dijo apretándose con más fuerza de mi brazo con sus dos manos y acercándose  más, si acaso era posible-¿y quién es aquel muchacho de pantalón negro y niqui gris?

-¿Quién?-pregunté yo, girando la vista hacia atrás para identificar a la persona de quién me hablaba.

-¡Niña! Pero no mires, coño, disimula mujer, disimula-Me recriminó la mujer.

-No sé quién es. Creo que se trata de un pariente nuestro lejano pero no sabría decirte.

-Ese del pueblo no es. Te lo digo porque aquí nos conocemos todos, y tampoco tiene que ser de por aquí, porque anda con aires de ser muy señoritingo.

-Probablemente, pero no lo sé, pero ¿por qué me lo preguntas?

-Porque es muy guapo el mozo. Lástima que ya no le vuelva a ver por aquí nunca más. Seguramente estés en lo cierto y se trate de un pariente vuestro.

-Sí, puede ser.

-Sólo hay una manera de descubrirlo-Dijo deteniendo el paso de repente.-Si del pueblo no es, porque no lo es, y sólo ha venido por el funeral de un familiar tuyo, la única manera de que volviese por aquí, sería si muriese alguien más de tu familia.-y dicho esto, me soltó del brazo, alejándose a paso ligero.-Bueno nena, me voy corriendo que tengo que dar de comer a las gallinas, y por cierto, que te acompañe en el sentimiento. No somos nada, hija, no somos nada. En fín, adiós eh.

No la volví a ver más, pero sus palabras me dejaron un tanto preocupada.

Aquella tarde, mis dos hermanos y yo, estuvimos haciendo recuento de todas las pertenencias que tenía mi tío en la casa. Mi hermano pequeño decidió encargarse de la venta de la casa y el resto de las cosas, el dinero y los cuatro muebles que tenía, nos lo repartimos a partes iguales. No hubo más palabras entre nosotros tres más que las justas y necesarias. Desde que habían fallecidos nuestros padres, no había habido prácticamente relación y la poca que durante estos años hubo, no había sido muy buena precisamente.

Hoy, después de dos meses del fallecimiento del tio, hemos tenido que volver al pueblo. Esta mañana hemos enterrado a mi hermano pequeño. Ayer ocurrió un hecho lamentable. Mi hermano había venido al pueblo porque ya tenía un comprador para la casa. Al regreso, se topó con unos maderos en medio de la carretera formando una barrera justo después de un desnivel, que le hicieron perder el control del volante y chocar contra una vieja finca de por allí, provocando su muerte en el acto. La guardia civil y el mismo alcalde del pueblo, nos han dicho que el hecho es sumamente extraño porque pareciese que esos maderos hubiesen sido puestos intencionadamente. Recalcaron varias veces, a lo largo de la conversación, la palabra intencionadamente.


Esta mañana en el cementerio he visto a la joven mujer que en el entierro del tio me preguntó por un muchacho. Desde lo lejos, ha levantado la mano saludándome. En ese instante se me ha venido a la cabeza sus palabras. No quiero pensar mal pero…

No hay comentarios: