Segundas partes nunca fueron
buenas, fueron mejores
-Jamás creí que te volviese a
ver. La vida no deja de sorprenderme, por eso me gusta tanto. Me encanta vivir
la vida, sin dejar ni un día que la vida pase ante mí sin haberla vivido.
-Es buena filosofía de vida,
Sandra. Claro que sí. Al fin y al cabo, la vida son dos días. Por cierto, estás
guapísima. Por ti no pasan los años.
-Pasan-dijo ofreciéndole sus
mejillas para saludarle- ya te digo que pasan, pero tú sigues teniendo esa
mirada penetrante de la que tanto me llegué a enganchar.
-¿En serio? Nunca me lo dijiste,
Sandra.
-¿El qué? ¿qué tienes una mirada
penetrante a la par que preciosa?
-Gracias.. pero no. Me refería a
que te quedaste pillada por mí..
-No, nunca te lo dije. ¿Hubiese
servido de algo?
-Sinceramente… no lo sé. En
realidad éramos unos críos. Pensábamos que nos íbamos a comer el mundo y al
final, ya ves, el mundo casi nos engulle a nosotros.
-El Salamanca ¿te acuerdas?
–Puntualizó Sandra desviando su mirada hacía el local que en aquellos tiempos
fue un bar un tanto peculiar.
-Sí, Sandra… ¡Cómo para no
acordarme!-respondió él en un tono melancólico.- buenos momentos pasamos aquí,
y ahí –dijo señalando al parque pequeño situado a la izquierda- también.
-No. –Respondió ella con su rostro totalmente
serio- Ahí no.
-Pero qué me dices?? En serio que
tú y yo nunca…
-Jamás. –contestó rotundamente
mientras dos pequeñas lágrimas se escaparon por sus ojos sin apartar la mirada
del parque.
En ese momento pensó que tal vez,
no había sido buena idea haberse reencontrado con él, después de tanto tiempo.
Recordar no siempre es bueno. Hay recuerdos que evocan algo más que eso, porque
conllevan sentimientos, y los sentimientos, inevitablemente, a veces duelen, …y
mucho.
Él se percató de lo que estaba
ocurriendo. Esa chica le había querido. Siempre le quiso, y él, como el niñato
que era, nunca se dio cuenta. Volverse a encontrar, con lo que aquello
implicaba y la madurez de los años, podría ser una nueva oportunidad. Dicen que
segundas partes nunca fueron buenas, pero igual ellos, se lo debían, o al menos
eso pensaban ambos a la vez, en ese preciso instante, sin pronunciar palabra
aún…
Para romper la tensión, él cogió
el paquete de tabaco, sacó un cigarrillo y le ofreció.
-¿Fumas?
Cogió un cigarro y él, le dio
fuego. Dio una primera calada, y le miró a los ojos.
-Vamos a sentarnos- dijo
dirigiéndose al banco del medio y final del parque.
Él se limitó a seguir sus pasos.
Ella se sentó en el respaldo del
banco y él lo hizo a su lado. En ese momento, Sandra rompió a llorar
desconsoladamente. Era mucho tiempo callada. Muchos sentimientos reprimidos… y
está claro, que ya no pudo más.
-Eras un imbécil, ¿sabes? Un
auténtico imbécil. ¿sabes la cantidad de noches que me acosté llorando mientras
tú estabas con alguna aquí follando, lo sabes?
-Sandra, por favor, no llores. No
me gusta verte así. No me gusta ver a una chica llorar y menos por mi culpa,
por favor.
La abrazó, acercando su cuerpo
para que ella reposase su cabeza en su pecho, mientras, él, posó su barbilla
sobre su cabeza en un acto propio de protección e intento, un tanto complicado,
de consolarla. Se sentía culpable, muy culpable. ¿cómo podía haber sido tan
idiota? No sabía cómo resarcir aquel daño que, aunque de modo inconsciente, había
causado y que tanto dolor oculto había provocado a una persona, a la que, de
alguna manera había querido.
Se incorporó del banco y se puso
de píe frente a ella. La cogió la barbilla y la alzó la mirada. Ella se
resistía. En el fondo sentía vergüenza de aquella situación.
-Por favor, Sandra, mírame. Por
favor te lo pido.- le rogaba mientras con los nudillos de sus dedos secaba
inútilmente sus lágrimas.
En ese preciso instante, no la
veía como la amiga-colega de su niñez, con la que tantas tardes de risas había
compartido. Ahí, en ese momento, la vio como lo que era, una belleza de mujer.
Radiantemente bonita por fuera, eso era indiscutible ante los ojos de
cualquiera, e inmensamente hermosa por dentro. La mujer que siempre soñó,
resultó que la tenía más cerca de lo que él hubiese imaginado. ¡Qué ciegos y
estúpidos somos los hombres!- pensó para sus adentros. Entonces, como una bofetada en toda la cara
con la mano abierta, se acordó de su realidad. Era un hombre casado. Ni tan
feliz como siempre hubiese querido, pero tampoco tan infeliz como para romper
de un plumazo con todo aquello, simplemente era un hombre casado. La felicidad,
al fin y al cabo, no deja de ser ráfagas de luz que pasan por momentos. ¡Qué
difícil y complicada es a veces la vida, caray! Apartó esa realidad de su
pensamiento y prefirió centrarse en la realidad del momento en el que se
encontrara, y luego, después de aquello, que pasase lo que tuviese que pasar.
-Venga, venga, por favor, venga.
Para de llorar. Por favor te lo pido, para ya. Ponte de píe. Va. Bailemos. ¿Te
acuerdas de aquella famosa canción de aquel mariquita engominado que fue a
Eurovision. ¿Cómo se llamaba que no me acuerdo?- le hablaba sin parar, mientras
le estiraba del brazo invitándola a levantarse del banco.
-jeje, no por favor, no quiero
levantarme.
-Al menos te has reído. Eso es un
paso. Venga, bailemos… ¿Cómo era la canción?- le preguntaba, habiendo logrado
que se levantase y, con pasos remolones y desganados, hiciesen un leve contoneo
al compás de una música inexistente. –Bailar pegados no es bailar, es como
estar bailando solos.
-jajajaja ¿sabes que siempre
cantastes fatal?
-Si… bueno… nunca se me dio bien
eso de cantar… pero seguro que soy bueno en otras cosas, ¿no crees?
Sandra levantó en ese momento la
vista mientras él la sostenía de las manos con los brazos alzados, manteniéndola
la mirada, sabiendo que a partir de ese instante sería muy difícil no llegar a
enamorarse de ella. Lentamente, dejó caer sus brazos hasta apoyarlos en sus
hombros mientras él la rodeó por la cintura sintiendo su cuerpo sobre su pecho
y continuando moviéndose al ritmo de la canción que sólo sonaba en su recuerdo.
Le buscó su boca con sus labios
bajando desde su mejilla, a un ritmo lento y armonioso de pequeños besos y
caricias. Le comió la boca y ella se aferró con más fuerza a su cuerpo como si
creyese que aquello no fuese real.
El frío de la noche se convirtió
en una adorable brisa de verano que propinó un calor sofocante en sus cuerpos,
el cual sólo invitaba a desprenderse de inmediato de la escasa ropa que
llevaban encima.
Dieron un giro de 180º sobre sí
mismos colocándose de espaldas al banco. Él se sentó y aupándola, sosteniéndola
con firmeza por los muslos por debajo de su vestido, la sentó encima suyo sin despegar, ni tan
siquiera un segundo sus labios. En esa posición, le resultaba muy sencillo
jugar con el fino hilo de su tanga, enredándosele entre sus dedos mientras con
su boca había empezado un camino de no retorno por el cuello hasta llegar a sus
pechos que se apreciaban por debajo de esa fina tela. Sandra, en un estado de
éxtasis incontrolable y totalmente entregada al momento, acariciaba su pelo,
mientras jugueteaba con sus dedos perdiéndolos entre los rizos de su cabello.
Un nuevo giro, rápido y preciso,
la colocó sentada en el banco. Inhaló el aire para recuperar el aliento y él,
se desabrochó el pantalón que llevaba un buen rato aprisionándolo demasiado.
-Bonitos calvin Klein
-jejeje ¿te gustan?
-Sí, pero me gustan más quitados-
estiró su mano derecha, para engancharle de ellos y tirarle hacía sí.
A él le
dio tiempo a colocar sus manos a ambos lados de su cadera para, no caer de
bruces, por el impulso, sobre su cuerpo pudiéndola hacer daño.
Sandra le atrapó entre sus
piernas levemente elevadas, de tal modo, que él pudo retirar esa fina pero
molesta tela que era su tanga. Las manos de Sandra, respondían a la par,
bajándole los calvin a tal altura que dejó liberado su miembro.
-¿Estás segura, Sandra?-dijo-
¡gilipollas, como te diga que no a ver que haces- pensó.
En forma de gemido salió el adverbio afirmativo de lo que fue testigo,
tan sólo la inmensa farola que alumbraba la noche.
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