25 may 2011

Diario de un transeunte

Diario de un transeúnte



Hoy llevo un día en el que me he sentido muy fatigado y no se por qué. Mi equipaje es el mismo que días atrás. Ligero muy ligero. A veces pienso que llevo más cosas de las que realmente necesito, a pesar de que soy una persona que no le gusta apegarse a las cosas materiales. Soy bastante realista. Me gusta vivir teniendo los píes sobre el suelo y se que en esta vida me iré del mismo modo que llegué, por lo que acumular riquezas, no es más que una imitación del síndrome de Diógenes pero siendo bien visto por esta sociedad consumista y hipócrita en el que el “tanto tienes tanto vales” es la vara real con la que medir a las personas. ¡Maldito mundo frívolo que no sabe valorar las cosas realmente por su grado de importancia!.

Hoy me he sentido muy fatigado decía. Quizás por la mala alimentación. Creo que eso está haciendo mella en mi debilitado y ya no tan joven organismo. Ya no soy el joven aquel que salí de mi acomodado entorno en el que me encontraba por el status social de mi familia para convertirme en un “buscavidas” más, que ambulan por la vida, solos y sin rumbo fijo. Los años no pasan en balde y a medida que uno va cumpliendo años tiene que ir cuidándose más y mientras, debe ir improvisando la mejor manera para amoldarse a las circunstancias. Lo que en un principio no fue más que una acción rebelde y una aventura, con el tiempo llegó a convertirse en mi modo de vida. No niego que las dificultades hayan sido pocas y que la idea de volver a casa me rondase por mi cabeza en numerosas ocasiones pero si hay algo que me ha acompañado y que no ha cambiado en mí en toda mi vida es mi orgullo.

La mala vida ha ayudado a la aparición prematura de canas en mi cabello. No me importa. De todos mis males ese ha sido el de menor relevancia. También se que mi rostro está notoriamente más cambiado y tal vez más envejecido de lo propio para mi edad. Hoy un hecho me lo ha confirmado. Una señora muy elegante, ha parado su Mercedes frente a mí, se ha acercado y me ha entregado personalmente dos bolsas llena de ropa y muy gentilmente también me ha dado una tarjeta con sus datos personales, para, tal y como me ha indicado, me pueda poner en contacto con ella si en algún momento lo necesito. Me ha dicho que lo hacía porque hacía unas semanas me vio cuando pasó con el coche por esta misma calle y le recordé a su hijo al que no ve desde hacía años. Le he dado las gracias besándole la mano, como todo un caballero tal y como mi madre me enseñó y justamente al marcharse he visto que de su cuello colgaba un medallón con mi rostro gravado de cuando era aún un niño.

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